Poems in Spanish by Emma-Margarita R. A.-Valdés
Poems in Spanish by Emma-Margarita R. A.-Valdés
Primera prediccion de la Pasion
La Ultima Cena
Eucarista
Ha Cesado el cantico
Salve, Rabbi!
Treinta mondedas
Jesus ante el Sanedrin
Procesco a Jesus
Procesion del Nazareno
Alborada del perdon
De pie estaba
Hoy comprendo, Senor, tu sufrimiento
Soy albornia para tu zumo
Primera prediccion de la Pasion
Deletreas, Señor, tu sacrificio
para cumplir la ley de las estrellas,
me das tu abecedario de cariño
y esperas que la noche, en mí, amanezca;
pero yo, mi Señor, como el novicio
que aún no sabe unir letra con letra,
no entiendo tu divino veredicto,
no quiero que te humillen, que padezcas,
y te digo, Señor, que el Infinito
te libre de la muerte y la condena.
Me acusas de satánico egoísmo,
me acusas de quererte en tu apariencia,
de ser un ignorante y un mezquino,
no ver que sin semilla no hay cosecha,
si fructifica el grano desprendido
fue el invierno el que abrió la sementera,
sin la lluvia, la nieve y el rocío,
no florece el jazmín, la madreselva,
no brota la aceituna del olivo
y se muere la vida en nuestra tierra.
Me llamas Satanás porque te incitoa
renunciar a tu misión benéfica,
a abandonar al mundo a su albedrío,
a escuchar los latidos de tus venas,
porque te sientes hombre y tu martirio
estremece el pilar de tu materia
y deseas sumirte en un olvido
que silencie el clamor de tu conciencia.
Mas, por ser hombre, entiendes mi desvío
y acercas tu perdón a mi tiniebla.
(Mt 16,21-23; Mc 8,31-33; Lc 9,22)
Es el día primero de los Ácimos,
vas a cenar, Señor, con tus discípulos,
se recogen los panes fermentados
y comienza la Pascua del suplicio.
Deseo ser, mi Dios, tu convidado,
descubrir la grandeza del espíritu,
sentirte, como Juan, vivo, cercano,
y entender el misterio del martirio.
Deseo ser el pan entre tus manos,
en tu cáliz, el rojo, espeso vino,
y transformar mi cuerpo en el cenáculo
testigo de tu amor y sacrificio.
Estás sentado en medio de los doce,
uno de ellos te entregará a la muerte.
Hazlo pronto, le dices, y era noche...
y amaneció la Vida en el banquete.
¡Aléjame, Señor, de los traidores
que olvidan tus palabras y te venden!
¡Quiero ser uno más de tus apóstoles,
ser un siervo del reino que me ofreces!.
Das un precepto nuevo, que los hombres
se amen unos a otros, que se entreguen
como te has entregado, sin temores,
sin recelos, caritativamente.
Amaré, por tu amor, a mis hermanos,
amaré al pobre, al viejo, al desvalido,
proclamaré el precepto que Tú has dado.
Quiero ser en amor tu fiel discípulo.
(Mt 26,17-25; Mc 14,12-21; Lc 22,7-23; Jn 13,18-35)
¡Qué milagro se ofrece cada día
ante la humanidad indiferente!,
todo un Dios, infinito, omnipotente,
da su cuerpo, cosecha de agonía.
Nos espera en amante cercanía
como agua, vino y pan, limpio torrente,
zumo añejo de paz, viva simiente,
alimentos de célica alegría.
¡Qué humildad!, en el fruto consagrado
está Dios, el espíritu inmortal,
en silencioso amor esclavizado.
Olvidó su dolor, nuestro pecado,
nos ofrece su reino celestial,
y le dejamos solo, abandonado.
Terminó el banquete, ha cesado el cántico,
camino del monte gris de los Olivos
espera la noche del luto, del llanto;
telón negro alzado sobre el infinito
en la escena muda, augurio, presagio
de amapolas rojas, de néctar divino
por la sed del mundo que abrasa tus labios.
Yo seré agua clara, seré suave bálsamo,
seguiré tus pasos en zarzas y espinos,
tendré tus heridas, tendré tus desgarros,
Tú me has hecho libre piedra de granito
entre los jarales y los jaramagos.
Subiré a la cima de los asesinos,
sembraré en su látigo flores de mi harapo.
Señor, Tú me dices: Cuando cante el gallo
negarás tres veces que me has conocido,
herirá al pastor flecha de sudario
y llevará el viento la voz de los címbalos.
Hasta que se cumplan latidos de cuarzo
contarán los péndulos horas de cilicio
y entonces seré cruz del santuario.
(Mt 26,30-35; Mc 14,26-31; Lc 22,31-39; Jn 13,36-38)
Termina la oración. Al Padre ofreces
sufrir mortal martirio por las almas,
y el pueblo va a prenderte
con garrotes y espadas;
sale, medroso, Judas a tu encuentro,
mas Tú ya le esperabas,
y acercándose a Ti te da ese beso
símbolo de traición para el que ama.
¡Salve, Rabbí!, saluda el buen amigo,
al momento te apresan los infieles,
permaneces tranquilo,
le dices: ¿A qué vienes?.
Pero él no te responde, es su misión
y tiene sus haberes,
de esta forma lo escrito se cumplió,
abrazarás tu Cruz hasta la muerte.
Simón, Pedro, ataca a un mercenario
cortándole la oreja con su espada,
y Tú extiendes la mano
y su herida restañas.
Has mostrado ante el pueblo tu poder,
tu acción les amedranta;
por temor, tus discípulos también
huyen, no te respaldan.
Quedas solo, Señor, para sufrir
por nosotros la pena del pecado.
Y yo no te seguí,
me puse a buen recaudo.
Tú, el poderoso, sufres por mi amor
ofensas, latigazos;
desde la cruz me ofreces el perdón
y en tu Madre me acoges como hermano.
Te negué tantas veces..., y me temo
que mi debilidad siga triunfando,
por tu bondad te ruego
que me abras tu Sagrario,
que me libres del mal, que en mi destierro
estés siempre a mi lado,
y al final de los tiempos, en tu reino,
reviva entre tus brazos.
(Mt 26,47-56; Mc 14,43-52; Lc 22,47-53; Jn 18,1-12)
Treinta monedas, treinta,
por el fruto maduro en el desierto.
Treinta años fue la savia sometida
para la flor del fruto.
Germinan los crepúsculos soliloquios de encina
y se impone la voz del orden cósmico.
Universal sentencia
dictada por la ley de la armonía.
Las ramas filtran luz del pensamiento
desvelando espejismos.
Por sólo treinta siclos el buey bravo cornea
y mata al siervo manso.
Luna menguante argenta las monedas
con sus cuernos de muerte.
Comienza la ordalía por la magia del gesto.
Treinta monedas caen sobre las piedras.
Treinta gritos de plata
exorcizan raíces en el templo del mundo.
En el árbol herido
estalla la violencia del destierro.
La muerte resucita con las treinta monedas.
Hacéldama que habitan los cuerpos peregrinos
por las treinta monedas de los príncipes.
¡Sólo treinta monedas, sólo treinta!
(Mt 27,3-10; Hch 1,18-19; Ex 21,32)
En una noche oscura te prendieron;
arrancaron el Sol de las cenizas,
la cepa luminosa de sarmientos,
la semilla del trigo de la vida.
Al despertar del alba, maniatado,
con el triple cordón, como un pabilo
que se apaga en rituales candelabros,
eras reo en la ley de los judíos.
Acallaron los ecos y los gritos,
las cien voces del órgano ecuménico,
cantaron alabanzas los espinos,
profetizaron rocas los abetos.
El misterio estallaba en el rompiente
con las olas de tu caudal salobre
y el poder te encadena, pues conviene
que, para el bien del pueblo, muera un hombre.
En este amanecer arrastra el viento
palabras que falsean tu verdad,
no entienden que eres Tú el nuevo templo
que en la resurrección construirás.
¿No han oído el clamor de los Profetas?.
¿No han recibido el agua del Bautista?.
El clamor es lamento y la marea
agita el lago azul de agua bendita.
¡Cuán profundo, cuán largo tu silencio!.
Te conjura el pontífice a que digas
si eres Hijo de Dios, está tu pueblo
esperando el reinado del Mesías.
Como un trueno retumba la respuesta:
Tú lo has dicho, yo soy. Y en ese instante
rasga sus vestiduras la galerna
oculta en el abismo de la sangre.
Un látigo restalla en el infierno,
destroza la materia que te anubla
y brota de tu piel el vino espeso
que convidó en Caná a eternas nupcias.
¡Profetízanos, Cristo, profetízanos!.
¿Quien es el que te hirió?. Y en tu sagrario
son campanas de gloria tus latidos,
son coloquio de tiempos y de espacios.
(Mt 26,57-68; Mc 14,53-65; Lc 22,63-65; Jn 18,12-14)
Amanece la envidia entre los hombres
y reúne en su entorno los afanes
que hacen, de los príncipes, rufianes,
por ambición y fama de sus nombres.
Tienen miedo los reyes de la tierra,
Tú proclamas verdades que lastiman,
por odio tus milagros desestiman
y porque das la paz te hacen la guerra.
Te condenan, te insultan, te flagelan,
te escarnecen los falsos, los impíos,
y te coronan rey de los judíos,
mas tus palabras siempre se rebelan.
Pero es legal la humana hipocresía,
es el quiero y no puedo de Pilato,
un traidor, ruin, rastrero y sucio trato,
vil moneda acuñada en cobardía.
Tú respondes a "¿Eres el Mesías?":
Si os lo dijere, ¿me creeréis?,
si yo os preguntare, ¿qué diréis...?.
El mundo sigue infiel en nuestros días,
elige sin dudar a Barrabás
y a Ti te crucifica, pues no quiere
oír tus mandamientos, y prefiere
ignorar que al final tu reinarás;
reinarás cuando acaben estos días,
sentado a la derecha de Dios Padre,
con María, elegida Reina y Madre,
en un cielo de eternas alegrías.
(Mt 27,11-26; Mc 15,2-15; Lc 23,2-25; Jn 18,28-40)
Camina el Nazareno
meciéndose en dolor,
con un ritmo de muerte
de martirio y de amor.
La ciudad se estremece,
vive la procesión,
son sus fuentes, sus flores,
lanto, luto, pasión.
Cruza el aire un gemido,
tiembla humana oración,
es saeta del pueblo,
cante del corazón.
El sigue caminando
a golpe de tambor,
a golpe de plegaria
de profundo fervor.
Las trompetas anuncian
pena y crucifixión,
y sus ojos emanan
perdón y comprensión.
Hay suspiros y lágrimas
de infinita aflicción,
rumor de pies descalzos
de amorosa oblación.
Y sigue caminando
el reo redentor,
bajo el duro madero
de un mundo pecador.
Pasa lenta su imagen,
palpita la emoción,
es su cuerpo, su sangre,
ofrenda y redención.
Está angustiada el alma
de amor y contrición,
rompe un grito en la mente:
¡Perdón, Señor, perdón!.
¡Enséñame, Señor, a perdonar!.
Tus brazos en la Cruz, escarnecido,
son un abrazo abierto al que te ha herido,
la ofrenda del Amor sobre el altar.
Llagado, solo y próximo a expirar,
nos legas tu perdón en un gemido,
entregas hasta el último latido,
mas sabes volveremos a pecar.
¡Enséñame, Señor, a perdonar!.
Abre mis brazos ante el enemigo
y enséñame a sufrir mi cruz contigo.
Quiero amar como Tú, quiero olvidar,
decir a quien me hirió: ¡yo te bendigo!.
Sólo por Ti, Señor, mi gran amigo.
(Mt 5,38-48; 6,14-15; Lk 23,34; 6,27-28; 31,36)
De pie estaba,
frente a la Cruz, al lado de su hijo;
de pie estaba,
su corazón llagado, estremecido.
Su corazón, pequeña golondrina,
palpitaba
con el dolor de clavos y de espinas.
Madre fuente de amor, fuente de vida,
rebosaba
lágrimas de perdón por las heridas;
cobijaba
en su pecho la cuna primitiva,
en su pecho, de nanas y caricias,
conservaba
todo el fervor de su alma de novicia.
De pie estaba,
en el monte sagrado del martirio;
de pie estaba,
frente al cadáver frío de su hijo.
(Jn 19,25)
Hoy comprendo, Senor, tu sufrimiento
Hoy comprendo, Señor, tu sufrimiento,
el dolor de sentirte abandonado,
el vacío de inmensa soledad.
Llegó a mí la aridez de tu calvario.
Este azote que rompe nuestro cuerpo
con calumnias, con ira, con traición,
es el eco de la única verdad
que flageló al orgullo con su voz.
Esta espina que hiere nuestra mente,
arrancada del tallo de la envidia,
es el rencor punzante del hermano
por el amor que dimos sin medida.
Esta cuesta que forman las infamias
y lacera los pies en el camino,
es la ofrenda de vida y de trabajo
que entregamos, sin precio, al enemigo.
Este clavo que rasga nuestros pulsos
con el golpe del odio acumulado,
es respuesta al abrazo de piedad
abierto para ser crucificados.
Esta lanza que horada nuestro pecho
con el fiero bramido de la injuria,
es mensaje del claro manantial
de agua viva que el mal transformó en turbia.
Hoy comprendo, Señor, tu sufrimiento,
tu amor sacrificado, omnipotente.
Yo también te he vendido y traicionado.
¡Pido hoy perdón por tu pasión y muerte!
Recorro la vereda sublimada en tu fuego.
Eres almenara, ángaro,
vórtice de luz, clamor de claridades.
A tu llama sagrada
ofrezco el óleo de mi alcuza.
Atravieso el marjal
de negros albañales sórdidos
y arabescos de umbría.
Sobre tu mar primero es almíbar la espuma
que cubre la abisal marea.
Persigo tu imagen.
Subo al monte de sangre y cruces
tras tu paso herido, sedienta de tu arroyo.
Tiembla en tu costado la gota de rocío
que llena las albercas.
En la frontera del delirio
hay caridad de vid y olor de pan caliente.
Cruzo el celeste umbral. Absorta pido alafia
y descanso en las cumbres vírgenes
al pie de tu figura.
Voces del paraíso
llevan la profecía errante
por viejos arrecifes.
Las arenas del tiempo
anuncian nueva aurora a mi dulce vigilia.
Cuando palpo tu estela
soy feliz alevilla que hechizada en tus rayos
abrasa en Ti sus alas.
Soy albornía en el alfar
para tu zumo espeso y rojo.
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